viernes, 28 de noviembre de 2008

La sábana santa


La sábana santa que está en Turín fue analizada por científicos y ellos nos dicen: que tiene impresa la figura de un hombre crucificado con clavos, del siglo I, que fue coronado de espinas, golpeado en la cara, azotado, alanceado después de muerto, no se le partieron las piernas, fue amortajado con un lienzo y sepultado de prisa ( todo coincide con lo que relatan los evangelios).
En el tejido hay pólenes de plantas que sólo había en la región de Jerusalén en el siglo I, dice que el tejido da pruebas de que los perfumes no fueron aplicados al cuerpo del enterrado sino al lóculo del enterramiento ( como era costumbre judía). La ciencia dice que en el momento que quedó impresa este lienzo, el hombre estaba en posición horizontal, inmóvil y con un pañuelo alrededor de la cabeza y que antes de la putrefacción hubo una portentosa emisión o radiación de energía que duró milésimas de segundo, durante ese instante el cuerpo dejó de pesar y desapareció, la incandescencia chamuscó el lienzo e imprimió en él como en negativo fotográfico las manchas de sangre. Las manchas sanguíneas de las telas no resucitaron.
Según muchos científicos "las pruebas que presentan las sábanas a favor de la resurrección son tan impresionantes, que si no fuera el lienzo de Jesús, los cristianos se verían obligados a considerar la posibilidad de que algún otro hubiese resucitado de entre los muertos al tercer día".
Es el único lienzo en el mundo con la imagen, en negativo, de la totalidad de un cuerpo humano, en imágenes tridimensionales perfectas. En él hay huellas impresas de inscripciones de monedas romanas de ese entonces que se ponían en los párpados de los muertos. Según la sábana la persona murió de : "hematidrosis, ayuno absoluto, contusiones y fracturas, hemorragias, anemia secundaria, deshidratación global, hemoconcentración, hiperpotasemia, alteraciones de termoregulación, pleuritis exudativo-hemorrágica, contusión pulmonar, pericarditis, asfixia parcial por crucifixión, síndrome de descondicionamiento y colapso ortostático.

Símbolos de los primeros cristianos



El pez fue uno de los primeros símbolos del arte cristiano.



El símbolo original se encontró en un trozo de cerámica del siglo I después de Cristo.



Símbolo cristiano (cruz monogramática, con las letras alfa y omega) grabado en una de las inscripciones funerarias de la Necrópolis Paleocristiana.

San Diego de Alcalá

Nació a finales del siglo XIV en el seno de una familia modesta, en el pequeño pueblo de San Nicolás del Puerto, al norte de la provincia de Sevilla y en plena Sierra Morena. Sus padres, de fe cristiana, le pusieron el nombre de Diego, sinónomo de Santiago, patrón de España.

Desde su más temprana juventud se consagró al Señor como ermitaño en la capilla de San Nicolás de Bari, en San Nicolás del Puerto, y después en la eremitorio de Albaida[3] bajo la dirección espiritual de un sacerdote ermitaño.
San Diego predicando en Roma de Anibal Carricci, fresco sobre muro, h.1604, Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona.

Fue un hombre bastante viajero para su tiempo; vivió en Canarias, Roma, Castilla y Andalucía y recorrió numerosos lugares de Córdoba, Sevilla y Cádiz. Durante su peregrinación a Roma pasó por numerosos lugares de España, Francia e Italia. Residió en los conventos de San Francisco de la Arruzafa (Córdoba), Lanzarote, Fuerteventura, Sanlúcar de Barrameda, Santa María de Araceli (Roma) y Santa María de Jesús (Alcalá de Henares), donde falleció en 1463.

Muy poco se sabe de sus primeros años. La más fiable de sus biografías, de la pluma de don Francisco Peña, abogado y promotor en Roma de la causa de su canonización, y que debió, por lo mismo, poseer los mejores datos en torno a la vida de San Diego, así lo reconoce. Don Cristóbal Moreno, traductor en el siglo XVI al castellano de la obra latina de Peña, también hace constar esta insuficiencia de datos sobre su niñez y primeros años. Y hasta la Historia del glorioso San Diego de San Nicolás, escrita por el que fue guardián del convento de Santa María de Jesús, de Alcalá de Henares, donde vivió y murió el Santo, se remite para esta época a las anteriores biografías de Peña y Moreno. La Historia de Rojo, el guardián complutense, aparecida en 1663, sesenta años después de la muerte de Moreno y a un siglo de distancia de la obra latina de Peña, no pudo ampliar con nuevos datos, como parecería lógico por haber vivido en el mismo convento, lo que la bula y anteriores biógrafos nos comunican. Alonso Morgado tampoco nos enriquece el conocimiento de la niñez de Diego con aportaciones que llenen el vacío de sus primeros años.